Tradicionalmente
los tatuajes, en las sociedades prehistóricas y/o protohistóricas, jugaron un
rol de integración social: no constituían entonces, un elemento trasgresor para
ese grupo cultural. Hoy sin embargo, la significancia de este fenómeno en las
sociedades contemporáneas, ha dado un vuelco que lo traslada al lado opuesto de
dicha significación: hoy los jóvenes se tatúan para activar un proceso de
diferenciación, ya no lo hacen como antiguamente se hacía, para ser “uno más”,
sino que lo hacen para ser “uno menos”; hoy no es una práctica cultural
heredada, sino una práctica cultural adoptada.
Para
ir adentrándonos en este punto, vale la pena destacar lo que Guattari (1989 en
Ganter 2005) postula sobre los cuerpos de los jóvenes que se encuentran hoy
frente a la “encrucijada entre –por un lado– el cuerpo-objeto, en tanto cuerpo
cosificado, capitalizado y puesto a rendir en la escena del consumo y la moda,
como efecto de la trama mediática promovida por el mercado y el tráfico de las
imágenes, o bien, en tanto cuerpo sospechoso, que marcado y estigmatizado por
los circuitos de la seguridad urbana, se lo castiga y excluye como objeto
peligroso para la hegemonía del orden social dominante. Y –por otro lado– el
cuerpo-sujeto, atravesado por una multitud espesa de fuerzas oblicuas e
insumisas que se resisten a la programación serializada de la subjetividad
capitalista, y que por lo mismo es capaz de producir agenciamientos colectivos
que encarnan nuevas cartografías socio-culturales, cuyos lenguajes y prácticas
emergentes no suprimen el sistema de dominación, pero que en su despliegue
local logran fisurarlo micropolíticamente, poniéndole freno al imperio global
de la racionalidad tecno-instrumental” (Guattari 1989 en Ganter 2005: 21).
Paula Croci y
Mariano Mayer (1998, en Ganter 2005) nos dicen que desde esta perspectiva, los
tatuajes actúan como una pretensión de evadir el control social que pesa sobre
el cuerpo (en tanto cuerpo-sujeto). De ahí, que estas prácticas se pueden
traducir como tácticas de apropiación corporal para su posterior expropiación
simbólica.
Las culturas
juveniles van siendo constituidas a partir de un campo de fuerzas tensionado
por interferencias de la cultura de masas y del mundo de la moda, donde se
enfrentan y ponen en conflicto los retazos de lo efímero y lo perdurable.
Tensión que por lo demás, llega a inscribir su población de signos sobre el
propio cuerpo, operando directamente, efectos indelebles sobre los tejidos de
la carne y de la sociedad (Ganter 2005).
A través del
tatuaje, los jóvenes encuentran una nueva vía de expresión, un modo de alejarse
de la normalidad que no les satisface. Procesos que los llevan a gobernar su propia
imagen ante los demás y a apoyarse en el grupo de pares (Pere-Oriol, et al.,
1996).
La marca les
permite recuperar/apropiarse de su cuerpo que simboliza y reproduce la
“exclusión” de la que el sujeto es objeto (interpretados desde este punto de
vista como violencia simbólica), entonces, éstos son cuerpos desadaptados
sociales, que en realidad, son cuerpos adaptados a la reproducción de la
situación de “exclusión”. El tatuado aparece como autoestigmatizado, dado que
él elige tatuarse a pesar de que la sociedad lo evaluará, juzgará y
clasificará; actúa entonces en estos casos como una provocación que saca a la
luz los prejuicios sociales y el estigma se materializa en el tatuaje: marca
que visibiliza lo que podría permanecer oculto o al menos no tan visible
(Rocha, s.d.).
Dicha
práctica de metamorfosis corporal, se orienta al interior de una resistencia
contra un sistema que ha hecho de lo evanescente, lo descartable y lo
desechable uno de sus valores y normas sociales predilectas. Imponiendo un
valor agregado, perenne, que fractura la economía de la moda y el propio culto
a los emblemas de lo nuevo y momentáneo (Ganter 2005).
Hoy, el cuidado
del cuerpo se refiere más al aspecto que a la salud, por la imperiosa necesidad
de la imagen; apariencia-imagen-identidad: triángulo conceptual. Prácticamente
todos están preocupados por el problema de las apariencias, tal es así que en
muchos casos, la apariencia resulta ser el principal elemento de choque con la
sociedad global. Ahora todo esta transparentado, todo se ve a través de alguna
superficie.
Por medio del
tatuaje, se exhibe el rechazo a la normalidad, entendida como norma, donde lo
normal es aquello que se ajusta a la norma, y la norma es la pauta que rige la
conducta, es decir la delimitación de las acciones de los cuerpos (Nievas,
1998) y es justamente a través de la “imposición” de lo normal, que actúa y
ejerce su control la dominación corporal, que Urresti (1999) define como:
aquello que aparece representado por un cuerpo construido por muchos otros
cuerpos, como un gran cuerpo que devora y metaboliza otros cuerpos menores. Así
es que conviene atenuar la apariencia subsumiéndola en los códigos de
discreción y fidelidad de las costumbres (Le Breton 1999).
La
importancia de las formas de reconocimiento y de la apariencia está en que
estos grupos se definen por separación de lo normal, expresan de modo más o
menos consciente un rechazo por el modo de vida tradicional: rebeldía estética;
así, los atuendos y las apariencias constituyen índices de extrañamiento y
separación: exhiben notoriamente la lejanía entre el grupo y la sociedad
convencional. El atuendo entonces, nos dice sobre el grado de identificación
con el grupo y el nivel jerárquico alcanzado dentro del grupo (Pere-Oriol, et
al., 1996).
En función de lo
que acabamos de describir, vemos al tatuaje en nuestra sociedad actual, como un
fenómeno trasgresor, de diferenciación y rebeldía, elemento de desintegración;
sin embargo, paralelamente y al mismo tiempo, es un fenómeno de integración.
Dicotómicamente,
esta práctica nos diferencia de unos, porque a su vez, automáticamente nos
asemeja a otros, crea un “nosotros” diferente a unos “otros”. Es activador
entonces, de sentimientos de pertenencia, parece ser así, que ha recobrado
aquella significancia que le dio origen al mismo: nuevamente podemos ver al
tatuaje como un elemento de integración; la diferencia, se sitúa de esta forma,
en que no nos integra a la sociedad en general, sino a un sector de la sociedad
en general.
Brena, V. (s/f). Utilizando el cuerpo: Una mirada antropológica del tatuaje 1. Recuperado de: http://www.unesco.org.uy/shs/fileadmin/templates/shs/archivos/anuario2009/Brena.pdf
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