El tatuaje, es una práctica que probablemente haya surgido de la mano
de la pintura o el arte rupestre en el Paleolítico Superior; el Homo Sapiens
Sapiens fue el primer homínido en desarrollar el arte en sus diferentes
dimensiones durante la prehistoria y parece ser que el tatuaje no fue la
excepción.
Difícilmente podamos hablar de “el origen” del tatuaje; de hecho, se
trata, de una práctica ancestral que se desarrolló de forma independiente entre
numerosos pueblos de la humanidad. Formó de esta manera parte del
patrimonio cultural de diferentes grupos, en los que se llevó a cabo por medio
de diferentes técnicas y al mismo tiempo con objetivos diversos.
Hoy la evidencia más antigua que registra este fenómeno y su
antigüedad, son los restos encontrados en 1991 en un glaciar de los Alpes,
situado en la frontera entre Austria e Italia. Se trata de los restos momificados
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naturalmente de un cazador neolítico, conocido con el nombre de “Oetzi”, con
una antigüedad de 5300 años, con la espalda y las rodillas tatuadas.
En cuanto a nuestro país, la primera evidencia que se tiene sobre la
existencia de la práctica del tatuaje corresponde a tiempos protohistóricos.
Según las fuentes de los cronistas, de entre los siglos XVI y XIX, que entraron
en contacto con los charrúas, relatan que éstos, tenían tatuajes (D’Orbigny,
1959). Según Acevedo Díaz (En: Figueira, 1977: 302) “la mayor parte de los
charrúas tenían el pecho y la espalda, y algunos de ellos hasta la cara misma,
cubiertos de cicatrices muy unidas, hechas con puntas de flecha, y formando
varias figuras y bordados”.
Pese a sus orígenes tempranos, en nuestro país, esta fue una práctica
puesta en desuso (o recluida al ámbito doméstico o carcelario), hasta que
aproximadamente por 1989, es retomada por un grupo de jóvenes; muchos de
los cuales, se han convertido en los tatuadores de la actualidad.
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